Tabernáculo Biblico Bautista Amigos del Dinero Parte 4

No hay humildad en esta piltrafa humana llamada Edgard Lopez. Solo hay arrogancia, ambición desmedida, alardes de poder político y lujuria.

SAN SALVADOR - La mayoría de los pastores evangélicos saben distinguir entre la responsabilidad política de las iglesias, en el sentido amplio del término, y la política partidista. Pero últimamente algunos, especialmente ciertos dirigentes de iglesias, han intervenido directamente en la política, diciendo a sus seguidores a quién deben votar.



Da incluso la impresión que intercambian sus votos por las supuestas ventajas que da la cercanía al poder. Y por supuesto alegan tener una enorme cantidad de seguidores.





Dejando claro que es una minoría de evangélicos los que proceden de ese modo, conviene reflexionar sobre este tipo de intervenciones. En primer lugar, el hablar de números llena demasiado la boca de algunos pastores y con frecuencia oculta realidades muy pobres. En los sondeos de opinión de la UCA, cuando se pregunta por la religión del entrevistado, las respuestas son muy consistentes desde hace ya siete u ocho años: en torno al 25% se declara evangélico, el 55% se dice católico, y un 20% suele afirmar que, aunque cree en Dios, no está afiliado a una iglesia ni participa en ninguna de ellas. Entre los católicos, un poco más de la mitad se declara practicante, y el resto dice que practica poco o casi nada.



Los números hablan por sí solos. Pero además, entre quienes se dicen miembros de los partidos mayoritarios, ARENA y el FMLN, hay siempre una mayor proporción de católicos que de evangélicos. Necio sería en ese sentido el político que se dejara comprar por un sólo pastor, por mucha gente que el mismo pastor diga que atiende en su iglesia. Olvidar la fe religiosa de muchos otros miembros del mismo partido, u ofenderla, puede ser peligroso para cualquier salud partidaria. En este sentido, las baladronadas y presunciones de algunos pastores, que tratan de exagerar su influencia política, no son más que reflejos deformes de egos exaltados y autoestimas desproporcionadas. Ser más charlatán no garantiza tener más éxito que Mauricio Funes o Rodrigo Ávila.





Pero hay que añadir algo más. Vivimos en un Estado laico donde las iglesias pueden decir con claridad su opinión sobre la moral y la libertad religiosa, sobre el bien común, el desarrollo y la convivencia fraterna de todos. Pero lo que no le está permitido a las iglesias es tratar de intervenir directamente en política partidista. De hecho, la Constitución salvadoreña es muy clara cuando exige en el artículo 82 que quienes son ministros o pastores de algún culto religioso se abstengan de hacer propaganda política partidista. El código electoral en su artículo 237 repite el mandato constitucional. Y es que una cosa es criticar a un partido por autoritario, a otro por corrupto y a otro por lo que sea, que lo pueden hacer justamente los clérigos si creen en conciencia que es necesario, y otra cosa es decir por quién votar. Lo último está prohibido por la Constitución para católicos, evangélicos, judíos o musulmanes, por mencionar también religiones no cristianas.



Violar la Constitución es grave en un país que afirma vivir en democracia. Y si alguna obligación fundamental tienen las iglesias en política, es la de indicar a sus miembros que sean respetuosos con las leyes democráticas que regulan la convivencia fraterna y ciudadana. En ese sentido, los pocos pastores que están haciendo alardes engañosos de su capacidad de arrastre electoral, en vez de mentirle a la gente sobre su propia influencia, deben impulsar el respeto a leyes básicas que enmarcan nuestras relaciones sociales.



En realidad, la tarea de las iglesias de cara a las próximas elecciones es animar a votar en conciencia, buscando el bien del país, el desarrollo fraterno de todos, el descenso de las graves diferencias sociales, el mejoramiento de la institucionalidad y la mayor protección de la libertad personal y la justicia social. Animar también a que las pasiones no se enciendan demasiado. Recordar que la polarización nunca es buena para el desarrollo y que más allá de nuestras diferencias personales hay un bien común y una fraternidad entre quienes vivimos en el mismo país, que trasciende y es más importante que nuestras propias diferencias de pensamiento. Por supuesto que las iglesias tienen también una misión crítica y profética. Pero no es diciendo vota por este o por aquel que esa misión se realiza. Al contrario, ligarse directamente con un partido político, del signo que sea, convierte a cualquier iglesia en simple instrumento mundano y pecador destinado al fracaso.



En este contexto, siendo la gran mayoría de nuestros hermanos evangélicos mucho más centrados que las pocas pero ruidosas excepciones a las que hemos hecho mención, no queda más que recordar lo siguiente: la fe cristiana llama siempre a la solidaridad, al amor y a la opción preferencial por los pobres. Del amor se desprenden la justicia, la libertad y toda clase de bienes. Insistamos mejor en compromisos concretos de los partidos en favor de los pobres y dejemos que esta especie de payasos mediático-religiosos se hundan en su propio desprestigio. La gran mayoría del pueblo salvadoreño desea un El Salvador mejor, y no supuestos salvadores individuales que parecen creerse dueños de conciencias y libertades.